Los hábitos y rituales marcan momentos importantes de la vida de nuestros hijos, movilizan lo simbólico y lo mágico. Marcan momentos. Dejan recuerdos. La infancia tiene esa magia. La de valorar con asombro los rituales y guardarlos en el corazón para siempre. Aún en la adultez tenemos vigentes esos mimos y tradiciones que recibimos y atesoramos en nuestra infancia.
Los rituales desempeñan también un papel fundamental en la construcción de la autoestima. Más allá de ser tradiciones, cultivan una sólida autoimagen y amor propio.
Son un ancla emocional, crean un ambiente seguro y predecible. La repetición y la consistencia de estas prácticas ofrecen una sensación de control. Esta seguridad emocional es esencial para el desarrollo saludable de la autoestima, ya que los niños aprenden a confiar en sí mismos y en el entorno que los rodea.
En estas fechas especiales, llenemos nuestros hogares de rituales, por más pequeños que sean, para nuestros hijos son gigantes y marcarán un lindo recuerdo en sus vidas.
Para el 31 de diciembre, cada familia tiene sus rituales: las uvas, saltar de la silla, pedir deseos para el año entrante. Hagamos a nuestros hijos participes, y hasta permitámonos crear nuevos rituales.
El 6 de enero es el Día de Reyes, y más allá de los regalos. La antesala a esa mañana cuando nuestros hijos encuentran sus regalitos en sus zapatos, es muy linda.
El 6 de enero, fue la fecha en la que los Reyes Magos, Melchor, Gaspar y Baltasar, llegaron a Belén desde Oriente, guiados por una estrella con sus camellos. Lo hicieron para dar la bienvenida y poder conocer al recién nacido, el niño Jesús.
En la noche previa, preparamos un bowl con agua y otro con pasto, para alimentar a sus camellos luego del largo viaje, y dejamos nuestros zapatos para recibir sus ofrendas (sus regalos). Esta simple actividad genera entusiasmo e ilusión. No importa el regalo, sino el momento compartido en familia en este ritual.